De la serie: Sillones de mimbre.
Clementina, la siesta y el gato, 2014
Escultura
Bronce / Bronze
52 x 32 x 28 inch
Exhibición: La Caridad Nos Une
$120,000
Clementina, la siesta y el gato” tiene como figura central a una muchacha sentada en un sillón de mimbre que descansa con los ojos cerrados y el pelo engalanado de flores, que sostiene entre sus manos a un diminuto personaje. El título de esta obra se inspira en un personaje de la vida real, Clementina, una muchacha del barrio donde el artista nació y vivió durante décadas.
El antecedente más manifiesto de esta escultura dentro del arte cubano, o al menos el primero que viene a la mente, sería “La siesta” (1886), de Guillermo Collazo Tejada, una íntima escena doméstica de tintes románticos en la cual el pintor retrata a su esposa sentada en una silla de mimbre, envuelta en una atmósfera de imperturbable quietud al interior de una estancia bañada por el sol por donde se cuela, desde la distancia, la visión del mar. Por su lado, Pedro Pablo Oliva concede a la siesta de su Clementina una dimensión narrativa distinta, aunque igualmente introspectiva y personal, al darle asiento en uno de sus ya inconfundibles sillones de mimbre a una joven mulata que carga a un niño mientras esta toma una siesta, o quizás simplemente sueña, totalmente confiado en su regazo.
La frecuente representación de lo femenino como una presencia o entidad protectora, por demás de escala monumental con respecto a su contraparte masculina, es un elemento inmediatamente distinguible en buena parte de la obra de Oliva. Pero más allá de la importancia que dentro de su imaginario se les suele reservar a las mujeres en sentido general, este retrato escultórico en particular tiene su razón de ser más bien en el enorme peso espiritual y simbólico de la figura materna en la propia vida del artista, así como en la trascendencia del ethos de la maternidad en la cultura cubana.
La imagen de la mujer que sostiene al niño nos remite de inmediato a otra infinitamente recreada en la historia del arte universal, la de la Virgen María. No en balde hay quienes han querido ver en Clementina y su niño una representación particular, más anecdótica y secular, de la Virgen de la Caridad, la patrona espiritual de la nación cubana. De ser así sería otro entre muchos ejemplos en los que Oliva parte de lo biográfico para discursar sobre su cultura, sobre el trasfondo de alegorías de alcance universal.
El ensimismamiento tan propio de los personajes de Oliva nos hace pensar en cómo transcurre el tiempo en su isla, donde todo parece fluir de manera mucho más lenta que en otros lugares. Mientras tanto, los lagartos que deambulan por la escena y un gato de doble cara que está posado sobre el espaldar de la silla -y que nos recuerda algo del Cheshire, aquel gato transformista y burlón de “Alicia en el país de las maravillas”-, los únicos personajes que aparecen en la escena con los ojos abiertos, son una insinuación que nos recuerda que, en el juego de Pedro Pablo con el misterio del tiempo y sus caras, no siempre todo es lo que parece.
Curriculum
PEDRO PABLO OLIVA estudió pintura y dibujo en la Academia de Artes Plásticas y Aplicadas de Pinar del Río (1961-1965), y más tarde se graduó en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán (ENA), en La Habana (1970). A lo largo de medio siglo de carrera artística, su obra ha sido premiada en varios certámenes, y ha sido exhibida en más de veinte muestras personales y cientos de muestras colectivas en museos, galerías, bienales –incluidas las de La Habana y Venecia- y ferias de arte, entre otros eventos claves en Cuba y numerosos países. Hoy un número significativo de sus obras maestras ha pasado a formar parte de notorias colecciones públicas y privadas, incluyendo el nutrido inventario atesorado por el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, Cuba.
Por su rol como preceptor de varias generaciones de jóvenes artistas, Oliva fue nombrado Profesor Adjunto por el Instituto Superior de Arte (I.S.A.) en La Habana. Por su meritoria trayectoria creativa, su incansable labor filantrópica –llevada a cabo fundamentalmente a través de la fundación cultural Casa-Taller Pedro Pablo Oliva
(1997-2011)- y su contribución esencial a la cultura cubana, ha ganado amplio reconocimiento entre sus contemporáneos y los honores del más alto nivel en su país, como la Orden por la Cultura Nacional (1988), el Premio Nacional de Artes Plásticas (2006) o el Premio “La Utilidad de la Virtud”, este último otorgado por la Sociedad Cultural José Martí, entre muchos otros. En 1991 fue el primer artista vivo residente en la isla en exhibir en New York después de 1959, y en el año 1993 su obra entró en el circuito de las más importantes casas subastadoras como Christie´s y Sotheby´s, jugando de este modo un rol líder para el reconocimiento internacional del arte cubano hecho en la Isla.